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22 de octubre de 2021
Democracia digital. ¿Una promesa incumplida?
Por: Juan Pablo Quiñones Amaya. Estudiante de 4º año de Derecho.
“Internet permite a cada uno de nosotros construirse su propia enciclopedia, esto es, su libre y personal sistema de creencias, nociones y valores, en el que pueden concurrir, como sucede en la mente de muchos seres humanos, tanto la idea de que el agua es H2O como la de que el Sol gira a alrededor de la Tierra.”[1]
Los sistemas democráticos actuales han supuesto avances inimaginables hace apenas unos cuantos años, en parte debido al surgimiento de Internet y el desarrollo de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (en adelante TIC). Casi como sucede en cualquier otra área del conocimiento, dichos desarrollos han tenido la entidad de impactar la democracia y la política de manera directa, generando grandes oportunidades al ampliar la participación ciudadana, así como la eficiencia del Estado y la transparencia en la ejecución de los recursos públicos.
Sin embargo, la actual crisis en la que se encuentra el modelo democrático, así como las grandes convulsiones políticas que se viven alrededor del mundo, han venido cuestionando el verdadero impacto de las TIC en la democracia, pues, a pesar de haber sido concebido como un instrumento fundamental para robustecer la participación ciudadana, su capacidad democratizadora parece haber fracasado.
En ese sentido, el Internet y las TIC han tenido un efecto democratizador ambiguo[2] en la medida en que no han logrado mejorar la calidad de la democracia ni mucho menos fomentar un esquema de discusión público que contribuya a que los debates sobre las cuestiones más relevantes para una sociedad sean abordados de una forma apropiada y donde se fomente la inclusión de todos los sectores sociales.
De igual forma, ha sido cuestionada su capacidad para transformar las organizaciones políticas tradicionales, entendidas como parlamentos, instancias del poder ejecutivo, partidos políticos, entre otras, debido a que los desarrollos que emergen de la democracia digital también pueden estar sesgados por intereses y preconcepciones del quehacer político.[3]
Dichas preconcepciones e intereses individuales derrumban la supuesta “neutralidad moral” de la tecnología en la medida en que, a través de esta, se pueden causar efectos devastadores para los sistemas democráticos actuales. Y es justamente este último elemento el que debe ser considerado con gran atención por la sociedad, toda vez que ante el gran poderío que ostentan las redes sociales y los consecuentes debates políticos, económicos y sociales que son llevados a través de dichos medios, se han generado grandes distorsiones de información y manipulación de masas.
Estas distorsiones vienen dadas en primer lugar en el ámbito del debate público, pues las discusiones sobre las cuestiones más relevantes para la sociedad no están siendo llevadas de manera crítica y debatida, de tal forma que reflejen un conocimiento estructural sobre las problemáticas sociales y que permitan proponer soluciones que tengan en cuenta dicho análisis y generen cambios sustanciales.
Por el contrario, los debates actuales han venido sufriendo un empobrecimiento en su argumentación, pues análisis de 140 caracteres pretenden hacerse valer como posturas universales, cuando en realidad constituyen someramente opiniones que distan mucho de tener dominio en los temas puestos a discusión. Lo anterior, aunado a las toneladas de información que son compartidas por los medios de comunicación, evitan que desde la academia y la sociedad civil en general se debata sobre el tono y la fuerza argumentativa que tiene la misma[4], eliminando de forma casi tajante la confrontación de argumentos.
De esta forma no se tiene certeza sobre la fiabilidad de la información, pues día a día saltan a la vista “medias verdades”, que carecen de un análisis objetivo de la realidad política y social, frustrando la discusión pública y distorsionando los datos que deben valorarse para la toma de decisiones, además de promover la polarización política y la desinformación.
Así las cosas, dicha problemática debe abordarse con la promoción de espacios donde se aborden los temas de una manera objetiva que promueva la confrontación de argumentos y se separe de los discursos políticos populistas, a efectos de lograr mejores sistemas democráticos y en donde se aprovechen a cabalidad las múltiples ventajas de las TIC.
Para que la Web se convierta en un verdadero instrumento de democratización es necesario que tenga un incremento no sólo en la cantidad de usuarios sino en la calidad de la información que circula y que se constituya en un canal distinto, esto es, que no se limite a reproducir la información del mundo real de forma virtual, sino que genere su propia comunicación, su propia inquietud, su propia legitimidad.[5]
No puede seguirse entendiendo la democracia digital como un simple ejercicio de activismo mediante redes, o sometido al desarrollo del voto electrónico[6], pues a pesar de ser elementos que permiten mejorar la democracia y la eficacia del Estado, su objeto y funcionalidad es de suyo más compleja. Debe hacerse hincapié en que el acceso a instrumentos de democratización como son las redes sociales no puede equipararse a democratizar a una sociedad[7], pues esto último obedece a procesos de largo aliento y que suponen una evolución en el tiempo.
Dicho lo anterior, se vuelve fundamental que, antes de impulsar políticas de masificación de las TIC en los sistemas democráticos, se promueva una cultura digital, entendida como el conjunto de sentidos y significados que las personas han construido socialmente en torno a su uso y apropiación inteligente[8], donde el cuestionamiento de las ideas adquiera un papel preponderante y tengamos una ciudadanía mejor informada.
Por otra parte, la imposición de sesgos y limitaciones a los usuarios de redes sociales por parte de los gigantes tecnológicos como Facebook, Twitter, entre otros, bajo el argumento de un control de la ciudadanía y de las “fake news” o noticias falsas debe analizarse con cuidado, toda vez que puede convertirse en una forma de manipulación social y de restricciones desproporcionadas a la libertad de expresión, y donde pueden concurrir escenarios de fragmentación de la información, eliminando la contraposición de datos y argumentos, así como espacios donde se promuevan la censura y represión de los usuarios.
No podemos olvidar los escándalos relacionados con Cambridge Analytica, donde se promovió la manipulación de gran parte de la población estadounidense mediante el robo de datos e información personal de usuarios de Facebook, que derivó en acusaciones de chantaje político y el perfilamiento de preferencias políticas de lo usuarios para las elecciones del año 2018, que declaró a Donald Trump como presidente de los Estados Unidos.[9]
Asimismo, restricciones en el acceso a la información como los que se presentan en China, donde los usuarios no pueden acceder de forma directa a la Web, sino que han de pasar a través de centros estatales que seleccionan la información a la que finalmente podrán tener acceso, constituyen un claro evento de censura, que mantiene los debates públicos sin la más mínima confrontación, complaciendo de esta forma al sistema de gobierno de turno.
De esta forma, el aludido paradigma de control y de transparencia en la información podría convertirse en un verdadero medio de control a los usuarios, tendiente a analizar los patrones de decisión o preferencias de los mismos, donde la toma de decisiones de sea sustituida por algoritmos, basados únicamente en la tecnología y no en el análisis de información veraz y transparente para la toma de decisiones.
Por lo tanto, debe fomentarse una cultura digital en torno al verdadero poder y uso de las redes sociales con el propósito de que la anhelada democracia digital generen mejores sistemas democráticos y donde las TIC garanticen el acceso a información veraz para la toma de decisiones por parte de la ciudadanía.
Las TIC, así como el Internet, han generado gran parte de los desarrollos en el mundo y su utilidad es cada día mayor, pero no se puede dejar de advertir que detrás del desarrollo de esta nueva sociedad de la información deviene una forma de poder no explicada, de manera que es imperante fomentar una sociedad abierta al diálogo, a la critica y la construcción de consensos a través de la refutación de argumentos y opiniones por dichos medios.
REFERENCIAS
[1] Eco, H. (2016). De la estupidez a la locura. Editorial Lumen, p.99.
[2] Uprimny, R. (2013). ¿Profundizan o no la democracia las llamadas nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC), como la internet, los blogs o Twitter?. [Entrada de Blog]. Recuperado de: https://www.dejusticia.org/democracia-y-tic/
[3] Aguirre, J.(2019). El desarrollo Histórico de la Democracia Electrónica y sus implicaciones Políticas, p.17. Recuperado de: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7264215
[4] Eco, H. (2016). De la estupidez a la locura. Editorial Lumen, p.90.
[5] Piana, R. (2007). ¿Hacia una democracia.com? Democracia y tecnologías. Revista Sequencia, No. 55, pg. 131-150.
[6] Aguirre, J. (2019). El desarrollo Histórico de la Democracia Electrónica y sus implicaciones Políticas, p.19. Recuperado de: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7264215
[7] Ibídem, p. 18.
[8] RAAD, A. (2004). Reflexiones sobre la participación en una cultura digital. América Latina Puntogob. Casos y Tendencias en Gobierno Electrónico.
[9] 5 claves para entender el escándalo de Cambridge Analytica que hizo que Facebook perdiera US$37.000 millones en un día. (2018). Recuperado de: https://www.bbc.com/mundo/noticias-43472797.